No aguardes en otros la dicha perdida,
ni esperes que alguien te enseñe a brillar.
La paz no se entrega, se forja en la herida;
el gozo es semilla que has de cultivar.
No cedas tu esencia por ser compañía,
ni calles tu nombre por miedo a caer.
No todo en la vida se trata de un día,
ni todo vacío lo puede otro ser.
Aprende a quererte sin prisa ni plazos,
a darte el perdón que jamás mendigaste.
Sé tú quien te abrace en tus propios abrazos,
la voz que te calma, la fe que formaste.
Haz de ti un refugio, no un sitio de paso;
habítate entera, sin miedo a sentir.
Tu risa no es premio, tampoco fracaso:
es fuego que existe sin necesidad de huir.
No seas un eco de amores prestados,
ni sombra de un sueño que no te eligió.
Sé faro en tus noches, en días nublados;
sé todo lo bello que nadie nombró.
Porque amar no es hallarse en el otro, es saberse,
es ser quien te salve, sin huir de tu cruz.
No busques ser parte, ni ruegues por verse:
haz de ti tu historia.
Haz de ti tu luz.