Me he vuelto brisa leve entre los árboles,
susurro que no pide que lo entiendan,
he sido flor que cierra sus pétalos
cuando la tarde tiembla y se enmienda.
No hay pasos en la arena, ni candado,
ni un “me voy” colgando de los labios.
Solo un silencio limpio, trabajado,
como un lienzo sin trazos innecesarios.
Aún dejo el té servido en la mesita,
el libro abierto en la mitad del día,
y alguna risa flota, inadvertida,
como si aún viviera en la armonía.
No hay drama. Solo un modo de quedarse
incluso cuando todo se disuelve.
El arte de ausentarse sin marcharse,
de ser la sombra suave que no vuelve.