Me quedo en silencio, como quien resiste,
guardando el eco de lo no vivido.
No finjo ser fuerte ni ser altruista,
sólo aprendo el peso de lo compartido.
Empaco los sueños que nunca llegaron,
las cartas que nunca quise firmar.
Las palabras que al aire se quedaron,
y el temblor callado de volver a empezar.
Me quedo sin norte, sin señal precisa,
con pasos pequeños que saben dudar.
Porque hay estancias que parecen prisas,
pero enseñan lento el arte de esperar.
No es derrota ni vana ilusión,
es un acto simple, casi necesario.
A veces quedarse es la decisión
para no perderse en lo cotidiano.
Y aunque permanezca sin dejar señal,
llevo en la piel lo que da sentido.
Quizá no es final, sólo un umbral,
el primer gesto de haberme elegido.